La
guerra y las mujeres
combatientes
Ascenso y ocaso de "Las Tigras"
La suya es una de
las historias menos conocidas de nuestra guerra.
En San Miguel existieron mujeres que combatieron
(y murieron) junto a los soldados
regulares
- Francisco
Ayala Silva
- El Diario
de Hoy
"Yo
fui la primera en presentarme", asegura Blanca
Coronada Pereyra, mujer enérgica y
corpulenta.
Ella se presentó
sin compañía a la extensa base de
la Tercera Brigada de Infantería, en la
entrada a San Miguel. Era 1984.
La llevó un
rumor: la creación de un batallón
femenino, idea del coronel Domingo Monterrosa
Barrios ("asesino" para unos, "héroe"
para otros).
No la admitieron,
"porque no podían reclutar a una sola
mujer", recuerda. Ella caminó 15 cuadras
desde la base hasta la escuela pública
"Dolores C. Retes", a buscar una
compañera para la vida militar. Una amiga
aceptó, dejó los cuadernos, y
juntas entraron al cuartel.
Juegos de
Rambos
La juventud
migueleña de los años ochenta fue
vulnerable al militarismo.
Muchos llegaron a la
adolescencia, admirando a Stallone y
Schwarzenegger. La guerra parecía un
juego para "Comandos" y Rambos.
En contraste,
había soldados y guerrilleros que
morían por docenas a menos de 50
kilómetros al norte o al sureste. No
existe una lista exacta de batallas o
atrocidades.
Millares de madres
recibieron a sus hijos en bolsas de
plástico o ataúdes sellados,
algunos rellenos con piedras, porque fue
imposible recolectar lo que había sido un
hombre.
Demasiados soldados
fueron reclutados con lazo y fusil. "Es deber de
todo salvadoreño defender a su patria",
era la justificación de los
coroneles.
Aun así, la
entrada a la Escuela Militar era idealizada por
centenares de jóvenes. En San Miguel, la
moda juvenil era la camiseta verde oliva y el
pantalón camuflado. Los oficiales eran
populares entre las mujeres jóvenes.
Claro que nadie
confesaría abiertamente sus deseos de
pertenecer a la guerrilla.
Las
reclutas
Blanca Coronada Pereyra
fue una de las dos bachilleres que entraron al
batallón. Su título la
ayudó a superar una dificultad
técnica: su estatura apenas supera el
metro y medio.
"La primera noche fue
como todas -recuerda-, andábamos como
pollos comprados, conociendo todo". Los soldados
las miraban, algunos sonreían entre
ellos, de lascivia.
Una doctora les hizo un
chequeo médico total (se les
revisó todo, como se hace con los
hombres). Se les alojó en barracas
especiales y el entrenamiento comenzó al
siguiente día. "Era igual al de los
varones", recuerda Blanca Coronada.
Salían a trotar
con los soldados y, a veces, Domingo Monterrosa
trotaba con ellas. Usaban el mismo fusil M-16 y
el mismo uniforme de los hombres, pero en tallas
más pequeñas.
El grupo creció.
Cada vez había más mujeres en la
barraca que ellas limpiaban hasta cuatro veces
diarias, desde el piso hasta los baños.
Llegó a haber cuatro decenas de mujeres
soldados, y ya se les conocía como "Las
Tigras", un nombre, quizás, de Domingo
Monterrosa. Así desfilaron por las calles
de San Miguel, el mediodía de un 15 de
septiembre.
Pronto había una
mujer por cada compañía de
soldados. De esa forma salían a
patrullar, a pasar semanas enteras en el
terreno, con hombres.
Las
cazadoras
Tenían tres
meses de entrenamiento y autorización
para matar a cualquier abusivo o abusador, ya
sea soldado u oficial. Pero hubo uniones con
consentimiento: una de las "Tigras" fue madre
del hijo de un sargento.
Blanca Coronada
salió a patrullar con la
compañía de cazadores (muy pocos
de sus integrantes sobrevivieron la guerra). Con
ellos, Blanca Coronada patrulló el norte
del departamento de San Miguel, en la zona de
San Gerardo y Lolotique, cercana a Ciudad
Barrios.
Allí, Blanca
Coronada participó en uno de sus pocos
combates, cuando fueron emboscados en un
desfiladero, en 1985.
Les dispararon desde
los cerros cercanos y ellos tuvieron que escapar
hacia adelante.
El
ocaso
A las mujeres soldados
las llevó al cuartel un deseo de
aventuras, quizás el desempleo, pero no
una ideología.
A diferencia de las
ideologías, los deseos de aventuras
pueden morir luego de la primera herida grande.
Eso ocurrió con "Las Tigras".
Luego de las primeras
batallas, las mujeres comenzaron a desertar, o
pedían su traslado a los cuerpos de
enfermeras o secretarias.
Algunas se limitaron a
no regresar de su descanso de fin de semana,
como Mirna Aguirre, de 33 años, actual
secretaria de la Tercera Brigada. Ella
había entrado a "Las Tigras" a los 16
años, "por curiosidad", recuerda. "Porque
un filarmónico me contó que
existía un batallón de
mujeres".
Para otra "Tigra", la
guerra terminó cuando una granada la
mandó a una silla de ruedas, de por
vida.
Blanca Coronada y Mirna
Aguirre tuvieron suerte. No vieron el ataque que
acabó con las últimas "Tigras",
para entonces, menos de media docena de
mujeres.
Para ellas, el final
llegó con explosión y muerte, una
noche de 1986.
Por su parte, Blanca
Coronada llegó a estar en la
Sección II de la Tercera Brigada
(interrogatorios).
Entonces, como miles de
salvadoreños, ella se fue a Estados
Unidos por un año, a Dallas (estado de
Tejas).
Ese viaje la
salvó de estar en la última noche
de "Las Tigras".
Vida después de
la vida
Cuando regresó,
se frustró su deseo de entrar a la
Sección de Investigación Criminal
(SIC) de la vieja Policía Nacional.
Entonces renovó
su escalafón como maestra (era bachiller
pedagógico).
Desde el 17 de agosto
de 1992, Blanca Coronada es maestra de primaria
en San Antonio El Mosco, en Ciudad Barrios, la
misma zona que patrulló con una
metralleta.
Aún es muy
enérgica, un requisito para sobrevivir en
la colonia migueleña que habita: Milagro
de la Paz. A menos de una calle de su casa
creció el asesino juvenil conocido como
"El Directo".