Desde
Chicago hasta Wash-ington, de Phoenix a Los Ángeles, esta primavera
ha visto las calles de este país colmadas con marchas pro inmigrantes,
por lo menos un centenar hasta ahora, varias con unos100.000 participantes
o más. Algunos califican estas masivas manifestaciones como un
nuevo movimiento por los derechos civiles hispanos.
Las alusiones han estado ciertamente presentes, los manifestantes han
cantado “Venceremos”, la versión en español
de “We Shall Overcome”, el himno del movimiento por los derechos
civiles afro americanos de los 60; oradores han hecho eco al clamoroso
llamado de Martin Luther King por que “dejen resonar la libertad”,
y pancartas han proclamado que “Nosotros también tenemos
un sueño”.
Aunque impresionantes, estos eventos son apenas el albor de un movimiento,
si es que ya se le puede llamar así.
El propio tamaño y la cantidad de marchas no reflejan una estrategia
fría y calculada por parte de un liderazgo unificado, sino una
indignación amplia y espontánea impulsada por medios de
habla hispana, que rápidamente pasaron la voz acerca de medidas
migratorias draconianas que estaban avanzando en el Congreso. In-cluso
los grupos defensores de los inmigrantes, activistas comunitarios, académicos,
sindicatos e iglesias que habían incitado a individuos y medios,
quedaron sorprendidos con la cantidad de participantes, particularmente
estudiantes que abandonaron las aulas para entrar a su primera lección
práctica de activismo cívico.
Algunos líderes y organizaciones ahora quieren seguir adelante
y usar el ímpetu de las últimas semanas para fomentar una
huelga nacional el 1 de mayo y demostrar así el impacto económico
de los inmigrantes. Durante el “Día sin un inmigrante”,
los participantes dejarán de trabajar, evitarán comprar
productos estadounidenses y se unirán a nuevas marchas.
A no todas las organizaciones de inmigrantes y activistas les convence
la idea. Algunos, particularmente en la Costa Este, temen que sea prematuro
y que estropee lo que han sido hasta ahora manifestaciones positivas y
pacíficas.
Pero incluso si el 1 de mayo fuera tremendamente exitoso y ciertos sectores
de la economía terminaran paralizados por un día, las exigencias
de los inmigrantes --sus metas y aspiraciones-- no quedarán necesariamente
más claras de lo que están hoy. Hasta ahora el flamante
movimiento ha estado definido por las medidas punitivas a las que se opone.
Precisar la causa que defienden es más difícil. Nativo V.
López, presidente nacional de la Mexican American Political Association
y uno de los voceros oficiales del boicot, lo admite y afirma que lo que
los inmigrantes quieren va desde una amnistía hasta un permiso
temporal de trabajo. Inmi-grantes legales encuestados recientemente por
Bendixen and Associates, estaban casi tan contentos con permitir que quienes
viven acá ilegalmente se hagan ciudadanos como con enviarlos a
sus países después de un tiempo. López, quien asegura
representar a medio millón de inmigrantes legales e ilegales, sólo
aceptaría una legalización plena e inmediata.
Para el año 1963 --año del discurso “Tengo un sueño”
de Martin Luther King-- la mayoría de estadounidenses se oponía
a la segregación. En encuestas citadas en el libro “America
in Black and White: One Nation, Indivisible”, de Stephan y Abigail
Thernstrom, el porcentaje de estadounidenses blancos que entonces creía
que “los negros debieran tener igual oportunidad que la gente blanca
de conseguir cualquier tipo de empleo” era 83, a diferencia de 42
en 1944.
En contraste, no existe un consenso pro inmigrante en este país
hoy en día. Una encuesta emitida el mes pasado por la organización
independiente Pew Research Center encontró que los estadounidenses
están casi divididos por igual en cuanto a lo que debería
hacerse con los inmigrantes ilegales: una tercera parte quiere que puedan
quedarse permanentemente, otra tercera optaría por crear un programa
de trabajadores temporales y la otra tercera parte los deportaría.
Determinar cuáles derechos pueden hacer valer los inmigrantes ilegales
en Estados Unidos todavía está plagado de complicaciones,
dejando pocas bases claras para un consenso tanto entre los inmigrantes
como entre los ciudadanos estadounidenses. Como los recientes debates
del Congreso lo demuestran, no hay una respuesta fácil.
Un trato separado para personas cuyo único delito ha sido el de
entrar clandestinamente a este país, para buscarse la vida no es
tampoco algo moralmente complejo, por lo menos para cerca de una tercera
parte de personas en Estados Unidos. Si eso se convierte algún
día en el modo de pensar de la mayoría, será esencial
para transformar las marchas históricas recientes en un movimiento
pleno bien organizado, coordinado y exitoso.
*Columnista del Washington Post.

|