Sentido
común
La modernidad
Ricardo
Rivas*
Las
señales en ARENA toman cuerpo. El segundo
movimiento en menos de un año se ha dado
y la estrella de "sheriff" se la han colocado a
Roberto Murray Meza; es decir, a un verdadero
"sheriff". La designación, aunque
transitoria, revela mucho. Revela que en ese
partido, el cambio en la visión de
cómo hacer las cosas en política,
tiende a ir más por el fondo que por la
forma. Por otro lado, advierte a sus cuadros
internos que la amenaza del portazo caprichoso y
el chantaje de la división es un recurso
gastado y de muy poco rédito. Refleja,
además, una mejor capacidad de procesar
las diferencias con respecto a sus adversarios
y, de paso, aceita las bisagras de la unidad.
Finalmente, termina de aclarar que ahí,
lo que está surgiendo, es un nuevo y
definido liderazgo que le apuesta a la
modernidad institucional, privilegiando a las
ideas sobre las personas; y esto sí que
es importante. La historia política del
país nos ha demostrado, primero, que
cuando en un partido todos han querido mandar,
no ha mandado nadie. Más bien se han
terminado mandando todos, pero a la porra -como
ocurrió con la eclosión de
mandamases en el PDC&emdash;. Y segundo, que la
mejor manera de terminarse a un partido es
privilegiando los liderazgos personales sobre
los institucionales.
Con este nuevo movimiento, ARENA le ha puesto
sentido y coherencia a lo iniciado en septiembre
del año pasado, cuando, en un primer
intento por renovar su Consejo Ejecutivo
Nacional, se integraron a él personas
que, aunque muy poco vinculadas a la actividad
orgánica partidaria, contaban con un bien
ganado y reconocido prestigio en otras
áreas del quehacer nacional. Aquí
se comenzó a consolidar un proceso que ya
había iniciado Francisco Flores, cuando
aceptó la candidatura presidencial.
Ahora, un nuevo giro se suma al proceso. Con
la elección de Roberto Murray como
presidente interino del COENA, se consolida una
esperanza real de cambio y una
reingeniería en la conducción de
la primera fuerza política del
país. La noticia no sólo es buena
para los areneros; también es buena para
todos. Que todos los partidos políticos
se despojen de visiones tradicionalistas -que a
lo mejor fueron las adecuadas en otras
épocas- y se decidan a transitar hacia la
modernidad, es el mejor negocio para la
democracia salvadoreña. Claro, la tarea
es ardua y difícil. Estamos hablando de
partidos políticos -donde la confluencia
de intereses y visiones siempre es intensa- y no
de sociedades filantrópicas o casas de la
misericordia. Sin embargo, el empeño vale
la pena. De todas maneras, así como
están las cosas en la clase
política criolla, ARENA y los
demás ya no tienen muchas alternativas: o
cambian y evolucionan
o cambian y
evolucionan. Digo, si no quieren que se los
lleve "Chantal" o cualquier otro chiflón
que pase por ahí.
Queremos pensar, pues, que vamos camino a la
modernidad. Ojalá y la mayoría
estemos de acuerdo con esta palabrita. No
importa la opción política de
nuestra preferencia, lo que interesa es el
concepto. Si transitar hacia la modernidad tiene
que ver, sobre todo, con la gente -con servir a
la gente, con acercarse a la gente, con
oír a la gente-, entonces
estamos
de acuerdo.
Si evolucionar hacia la modernidad significa
deponer mis intereses -los míos o los de
mi sector- por los del país, siendo
siempre solidarios con los más
necesitados; si aceptamos que en el
desafío por conseguir el cambio no
sólo hay reyes y reinas, sino
también peones, alfiles, torres, y hasta
caballos... por supuesto que estamos de
acuerdo.
Si cambiar hacia la modernidad significa
privilegiar la ética sobre la
lógica utilitarista, que ve en las
personas votos en lugar de rostros humanos; si
creemos que la modernidad requiere de hombres y
mujeres con mente fresca, honestos y capaces
que, cuidándose de la inexperiencia y el
exceso de purismo en política, tengan la
decisión y la fortaleza suficiente para
atreverse a cambiar
sin duda, seguimos
estando de acuerdo.
Si estamos convencidos que los maximalismos
ideológicos no alimentan ni curan ni
educan; si convergemos en pensar que lo que
nuestra sociedad necesita para su
conducción es una inteligente mezcla de
prudencia, juventud, experiencia, sentido
común y probidad; si finalmente estamos
convencidos que los cambios, cualquiera que
fueren, producen más y mejores frutos
cuando los hombres hacemos lo que podemos y el
resto se lo dejamos a Dios
entonces,
definitivamente que estamos de acuerdo.
Si es esa la modernidad por la que hoy se
empeña ARENA, el proceso será, sin
duda, una verdadera revolución. Por si
acaso, quizá convenga mantener el ojo
pegado a aquello que decía Tocqueville :
"En las revoluciones, como en las novelas, el
final es lo más difícil". Ya
veremos.